Editorial: Hospital Metropolitano
ISSN (impreso) 1390-2989 - ISSN (electrónico)2737-6303
Edición: Vol. 29 Nº 2 (2021) Abril - Junio
DOI: https://doi.org/10.47464/MetroCiencia/vol29/3/2021/47-52
URL: https://revistametrociencia.com.ec/index.php/revista/article/view/264
Pág: 47-52
Este título es alegórico. No me voy a referir exclusivamente a lo que han visto mis ojos, también hablaré de lo que he leído o me han contado, cómo era el Ecuador y el mundo cuando yo nací.
El Ecuador era un país cacaotero con una población de 2.700.000 habitantes y una superficie de 300.000 kilómetros cuadrados, más grande de lo que es en la actualidad; un país laico, sin religión oficial, en el que se respetaba todas las creencias políticas y religiosas, las escuelas y colegios estatales eran laicos, aunque también había escuelas y colegios particulares, casi todos confesionales. Las cuatro universidades del Ecuador eran estatales.
El Ecuador tenía su ferrocarril que unía la Sierra con la Costa. La historia de la construcción del ferrocarril ecuatoriano es la “historia de los tiempos”. Comenzó su construcción Gabriel García Moreno, el año de 1872 y lo terminó Eloy Alfaro en 1908. Cuentan las historias que, en la ceremonia de inauguración del ferrocarril, la señorita América Alfaro, hija del general, aseguró con un clavo de oro él último tramo de los rieles. El Ecuador había superado aquella época de confrontación entre los conservadores de la República del Corazón de Jesús y los liberales masónicos, confrontación que ocupó la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del siglo XX, y que cobraría la vida de muchos ecuatorianos, entre otros del presidente García Moreno, asesinado en 1875, del obispo de Quito Monseñor José Ignacio Checa y Barba, envenenado con el vino de consagración, del general Eloy Alfaro, de Luciano Coral, del general Manuel Serrano, del general Ulpiano Páez, y de los hermanos Flavio y Medardo Alfaro, estos últimos líderes de la Revolución Liberal, mártires en “La Hoguera Bárbara” en 1812. En 1935 terminó su primera presidencia el Dr. José María Velasco Ibarra, presidencia que solo duró un año; fue sustituido por Federico Páez Chiriboga, aquel presidente que tuvo la ocurrencia de querer nacionalizar al clero.
La ciudad de Quito en 1935 tenía 187.000 habitantes, contaba con iluminación eléctrica y agua potable, en sus calles rodaban los tranvías eléctricos que corrían a lo largo de la ciudad desde la Colón y Mariano Aguilera, en el norte, hasta la “estación del tren” por la calle del Mesón, en el sur. Recordemos que otras ciudades, como nuestro puerto principal y la ciudad Cienfuegos en Cuba, comenzaron con tranvías halados por caballos. A más de los tranvías, circulaban por las calles de Quito dos líneas de buses y algunos automóviles. Claro está que, a veces, se cruzaban en las calles y plazoletas con los coches tirados por caballos o con las carretas tiradas por burros en las que los indígenas ingresaban los víveres a la ciudad. El aseo de la ciudad lo hacían los “capariches”, indígenas de Zámbiza, que madrugaban a barrer las calles de Quito con sus escobas de “pelos de coco” y de “chamizas”.
La Plaza Grande, que había adquirido el nombre de Plaza de la Independencia en 1906, se hallaba rodeada de una artística verja de hierro diseñada por Francisco Durini; a los costados del monumento a la Independencia había dos piletas también de hierro. El palacio Municipal, localizado en el lado oriental de la plaza, era un edificio de dos pisos, tenía portales en su planta baja y un monumento a Benalcázar en su techo. La hermosa verja de hierro fue retirada de la plaza en el año 1940, y apareció en los cerramientos de algunas casonas de ciudadanos importantes, las fuentes de hierro terminaron en el parque de Sangolquí y fueron sustituidas por fuentes de piedra.
Los quiteños gozaban de paseos y retretas en el parque de “La Alameda”, parque rodeado de rejas de hierro similares a las de la Plaza Grande. En él se encontraba el “Observatorio Astronómico” construido por García Moreno; la Picota, que era una columna de piedra recuerdo de los ajusticiamientos públicos de reos en la época colonial; la laguna con sus botes y remeros; y, el popular “Churo”, frente a la capilla “El Belén”. En ese entonces, el Belén era una modesta iglesia concurrida por el pueblo humilde; en la misma calle, al este de la iglesia, se encontraba la clínica Ayora, propiedad del expresidente Dr. Isidro Ayora.
Los quiteños tenían otro parque para paseo o deporte dominguero: el parque de “El Ejido”, situado al norte de la ciudad, donde quedaban los terrenos ejidales en el tiempo de la Colonia. En este parque los niños hacían bailar los trompos o jugaban a la bomba con canicas de cristal y cocos chilenos, y los adultos jugaban a la “Pelota Nacional”. En el lado sur de este parque se localizaba la fuente de “La Insidia” que los quiteños la llamaban la “Pila de las Focas”. Esta fuente ha sido trasladada desde ese tiempo por lo menos a cuatro lugares diferentes; hoy se encuentra en la avenida 12 de octubre. En el lado norte del parque se ubicaba el monumento a la “Lucha Eterna”. Este monumento se ha paseado mucho menos que la Pila de las Focas, de lo que yo recuerdo solamente fue trasladado a la avenida Eloy Alfaro en 1970 y hoy se encuentra nuevamente en el lado norte del parque El Ejido.
Los quiteños de entonces gustaban del buen teatro, de la comedia y la zarzuela, que encontraban en el Teatro Nacional Sucre, construido por Ignacio de Veintimilla. El teatro Sucre tuvo su auge en los años treinta, era un teatro para mayores, poco frecuentado por las señoritas de sociedad, ya que, según las cartas pastorales del obispo monseñor Pedro Rafael Calisto, “En los malos libros y en los teatros es donde las niñas y jóvenes pierden él pudor y aprenden la desenvoltura”. Quito de 1935 tenía cine sonoro, pasó ya la época del cine mudo, en que las películas silentes eran acompañadas con música de piano. Cuando los quiteños querían ver una buena película, calificada de moralizante por la censura eclesiástica, podían acudir al Teatro Capitol en La Alameda, al Variedades en la Plaza del Teatro, o al Odeón en el Pasaje Tobar. En ese tiempo en Quito había tres pasajes: el Pasaje Tobar, el Pasaje Amador y el Pasaje Royal, que fueron los primeros centros comerciales de la ciudad.
En esa época, además del Palacio de Carondelet, del Municipal y del Palacio Arzobispal, existían otros tres palacios: La Circasiana, el Palacio de Najas y el Palacio de Iñaquito, construidos a las afueras de la ciudad. La Circasiana, de la familia Jijón, fue construido a finales del siglo XIX en terrenos comprados a la comunidad indígena de Santa Clara de San Millán. El nombre Circasiana la puso la madre de Jacinto Jijón y Caamaño en referencia a La Circasia en el Cáucaso ruso, cuna de las mujeres más bellas del mundo; ella esperaba que su palacio también sea el más bello del mundo. La Circasiana, otrora centro de la alcurnia quiteña y del Partido Conservador Ecuatoriano, famosa por su biblioteca y su colección arqueológica, hoy es un palacio desmembrado, convertido en sede del Patrimonio Cultural Ecuatoriano y del Archivo Municipal de Historia. El museo de arqueología pertenece en la actualidad a la Universidad Católica. La valiosa biblioteca pasó a formar parte de la biblioteca Espinosa Pólit, el gran arco de piedra de su portón hoy es un adorno en el parque El Ejido, la puerta de la biblioteca que miraba hacia la Colón hoy es la entrada de uno de los edificios de la Universidad Católica. El Palacio de Najas fue propiedad de José Konstantino Najas, un afortunado emigrante de origen libanés; se le conoció también como Palacio Susana, en honor a Susana Lavelle, esposa del propietario. Fue construido en 1920 en el barrio que se llamaría La Mariscal, entre las calles que actualmente son la 10 de agosto, Jerónimo Carrión y Ulpiano Páez. Fue un palacio de gran lujo que hoy, luego de algunas remodelaciones, es sede de la Cancillería Ecuatoriana. El Palacio de Iñaquito, de Manuel Tobar Angulo, situado entre las calles llamadas actualmente 10 de Agosto y Diguja, fue construido en 1906. Una construcción neoclásica edificada en forma de herradura con cocheras, bodegas y servicios en la planta baja, con grandes salones de recepción y habitaciones de sus propietarios en la planta alta, rodeado de hermosos jardines con un cerramiento de verjas de hierro. Este palacio murió de vetustez. Los últimos propietarios vendieron todo el mobiliario y las instalaciones. Cuando yo lo conocí, en los años 50, se llamaba “Villa Mery” y no tenía nada de palacio.
En la década de los 30, se produjo en Quito la expansión de la ciudad hacia el norte. Las familias que por tradición vivieron en el centro de la ciudad, comenzaron a construir sus casas hacia el norte del parque El Ejido. Recordemos que, en el siglo XIX, el límite norte de la ciudad era el terreno ejidal. Los quiteños que primero abandonaron el Quito antiguo fueron las familias pudientes que construyeron sus residencias alrededor de la Colón; luego migró la clase media, gente normal que podía vivir en casas normales. En esta década, los límites de la ciudad llegaban a La Carolina.
Mis coetáneos
Se entiende por coetáneos a las personas que vivieron en la misma época, pero más puntualmente a las que nacieron en el mismo año; damos por sentado que son coetáneos los compañeritos de escuela, los compañeros de colegio, y los de la misma leva en la vida militar. Generalmente las personas no dan importancia a quienes son sus coetáneos, mientras que yo, tal vez por mi curiosidad, sí les he dado importancia. Así conozco que es mi coetáneo Rodrigo Borja el expresidente; Julio Jaramillo, el de “cinco centavitos de felicidad”; y, Pepe Mujica, el idealista que llegó a la presidencia de Uruguay. En un pisito de la Casa de las Flores de Argüelles en Madrid, vivió Neftalí Reyes con su esposa María Hagenaar; allí nació una hija de la pareja a la que llamaron Malva Marina Trinidad Reyes. En ese tiempo visitaba a la familia Reyes el poeta español Federico García Lorca, quien escribió un hermoso poema a “Malva Marina la niña de Madrid”. Desgraciadamente, Neptalí Reyes abandonó a su esposa y a su hija. La niña fue adoptada por una pareja holandesa que la cuidó con mucho amor, hasta que Malva Marina, a los 8 años de edad, falleció; ella tenía hidrocefalia. Estoy hablando de la hija del poeta chileno Pablo Neruda, de la niña que nació en Madrid en 1935, ella fue mi coetánea.
Durante la revolución española muchos republicanos creyeron que la guerra duraría poco, y que ellos serían los vencedores, pero les preocupaba el riesgo que estaban corriendo sus hijos en medio de una guerra asesina. Por ese motivo decidieron enviar a sus hijos fuera de España. Algunos niños fueron enviados a Inglaterra, otros a Francia. Los republicanos más izquierdistas mandaron a sus hijos a Rusia, donde fueron bien recibidos por Stalin, quien los adoptó como hijos de la Unión Soviética, les puso nombres rusos, y estos niños nunca pudieron regresar a España. Los republicanos no tan izquierdistas, mandaron sus hijos a México, entonces gobernado por el michoacano Lázaro Cárdenas, quien recibió a los niños gachupines con mil amores, los envió a Morelia, capital de Michoacán; allí se construyeron albergues y fueron tratados a cuerpo de rey. Dejaron de llamarlos gachupines y se convirtieron en “Los Niños de Morelia”. Pero la suerte de estos niños no les duró mucho tiempo ya que en el año de 1940 fue elegido presidente de México el conservador Manuel Ávila Camacho, que se olvidó de los niños de Morelia y terminaron siendo los “niños de la calle”, algunos de ellos limosneros. Yo conocí a uno de ellos cuando él ya tenía 30 años, trabajaba de mecánico en el hospital oncológico, y los compañeros mexicanos le llamaban todavía “gachupín”. A través de él conocí parte de la historia. Se refería a Lázaro Cárdenas como a su padre, y a Ávila Camacho como el cabrón al cual le valió madre los niños españoles. Mucho de los niños españoles que nunca regresaron a su patria, como el “gachupín” de mi historia, fueron mis coetáneos.
Como referentes médicos de esa época quisiera mencionar a la Dra. Elisa Calero, eminente cardióloga de nuestro hospital, ahora en un merecido retiro, y al Dr. Pedro Herrera, brillante cirujano, desgraciadamente ya fallecido.
La infancia
Cuando nace un niño es el animalito más desprotegido. La única habilidad de herencia genética que trae es “lactar”. Tiene que aprender muchas habilidades, entre otras caminar, hablar, usar sus manos, relacionarse con los demás. Pero para ello tiene quince años, tiempo que dura su infancia. Otros mamíferos nacen con mayor número de habilidades, pero tiene infancias más cortas, menos tiempo para aprender cosas nuevas. Los chimpancés tienen una infancia de 6 años, los elefantes de 2 años, los felinos de 1 año, y otros animales no mamíferos como los insectos, no tienen infancia. Nacen con un conocimiento de trasmisión genética suficiente para vivir. Al nacer ya saben caminar, volar, alimentarse y reproducirse.
El ingrediente básico de la infancia que permite aprender es la “curiosidad “, que no es un atributo solo de la infancia de los seres humanos, sino también de los cachorros de otras especies. Desgraciadamente, por ser una condición pueril, va disminuyendo cuando el individuo madura, y a veces desaparece. Los genios como Einstein y Mozart fueron personas completamente pueriles, ese fue el motivo de su genialidad. Si alguien te dice pueril no te enojes, se está expresando muy bien de tí.
Algunas personas conservan recuerdo de cuando tenían dos años, otras cuando tenían tres, la mayoría cuando tenían cuatro años. La cantidad de recuerdos que guarda la memoria también tiene muchas variaciones. Hoy gracias estudios experimentales se conoce mejor cómo funciona la memoria en la infancia. Los bebés en los primeros años utilizan la memoria en aprender a caminar, a hablar y a utilizar sus miembros. No tienen aún la sofisticada arquitectura neuronal para retener formas más complejas de memoria. Recién pueden hacerlo a los tres años. Se llama memoria autobiográfica temprana o memoria episódica, en ella se van acumulando una gran cantidad de recuerdos, pero algunos de estos se van perdiendo con el fenómeno de amnesia infantil que sucede alrededor de los siete años. Se define como “amnesia infantil” la manera como el niño pierde parte de sus recuerdos de cuando era bebé. Es como que el niño viene con un chip de pocas gigas de capacidad del cual tienen que borrarse algunos datos para incorporar datos nuevos. A los siete años el niño es más consciente de sus vivencias y de lo que sucede en su entorno, los recuerdos que va a guardar en su memoria son más profundos y en mayor número.
¿Qué recuerdos de mi primera infancia guardo en mi memoria autobiográfica temprana?
Los recuerdos que tengo de mi primera infancia no son muchos. Cuando tenía unos cuatro años de edad la casa de mis padres, con un cuarto grande con muchos libros, un jardín inmenso con grandes árboles, en el jardín corría un perro gran danés botando todo lo que encontraba a su paso, mis dos hermanos mayores jugando con su bicicleta, mi padre un señor tan alto, que su sombrero casi llegaba al techo de los cuartos, mi madre una señora alta y suave que me daba pan y chocolate. Yo era tan pequeño que todo lo veía inmenso, hasta las tres gradas que bajaban al jardín para mi eran una inmensa escalinata.
Los primeros recuerdos de mi vida consciente
Cuando yo tenía seis años mi mundo se agrandó, dejó de ser solo la casa y la familia. Descubrí que vivía en una ciudad con calles, con parques, con iglesias, que había buses y tranvías. Lo más importante que descubrí que había tantas cosas por conocer. En ese tiempo hasta el espacio de la casa paterna adquirió otra dimensión, con el uso de la radio nos podíamos conectar con el mundo. Por las radioemisoras nos enteramos de la invasión peruana, de la ocupación de Loja y la provincia de El Oro, del bloqueo de Guayaquil. Las radioemisoras locales trasmitían día a día todos los eventos de la guerra, hasta su fin en el año 42. Nos enteramos luego de la salida de los soldados peruanos de la provincia de El Oro. Desde 1940 mi padre y sus amigos seguían a través de las radios de onda corta la evolución de la Segunda Guerra Mundial. Creo que fue la primera guerra trasmitida por radio, como fue la guerra de Vietnam la primera trasmitida por televisión. Todos los sucesos de esta guerra llegaron a nuestra casa a través de las emisiones de la BBC de Londres, de la CBS de EE.UU., y por las emisiones en español de Radio Berlín. Recuerdo de esos tiempos el Himno de las Américas, una marcha que se escuchaba repetidamente en todas las emisoras de radio. Recuerdo la revista “En Guardia”, en la que se relataba los éxitos del ejército norteamericano en la guerra.
Sucesos médicos
Seguramente cuando yo nací el médico que atendió el parto de mi madre, lavó mis ojos con unas gotitas de “argirol”, nitrato de plata coloidal que se usaba en ese tiempo, hoy se usan antibióticos oftálmicos. En esos tiempos las infecciones bacterianas se trataban con un bacteriostático llamado sulfa, un agente antimicrobiano que se desarrolló en 1935. Si tal vez se sospechaba una luxación de cadera, me llevarían al Dr. Pablo Arturo Suárez, que tenía el único equipo de rayos X de la ciudad. Y si llegaba a tener alguna enfermedad que necesitaba hospitalización, había en Quito tres hospitales públicos y dos clínicas privadas, el San Juan de Dios desde 1565, el Hospital Eugenio Espejo inaugurado en 1933, el Hospital Militar construido en la loma de San Juan, la Clínica Pasteur en la Mama Cuchara, y la del Dr. Ayora en La Alameda.
Desde ese entonces los avances de la medicina han sido vertiginosos; se necesitaría varias horas por cada especialidad médica para relatarlos. Pensemos en mi especialidad, la radiología, que comenzó en 1895 con una máquina que producía rayos X, con la que se hacía fotografía de los huesos. Hoy, con los mismos rayos, la tomografía computarizada toma radiografías en cortes transversales y de ellas reconstruye imágenes en cualquier plano con caracterización de densidades de los diferentes tejidos. La ecografía, con el uso de sonido, produce imágenes anatómicas del cerebro del recién nacido, de órganos como el hígado y los riñones, imágenes dinámicas del corazón y de la circulación de la sangre por arterias y las venas. La resonancia magnética, que con el campo magnético de un gran electro-imán y ondas de radio, consigue imágenes anatómicas comparables o mejores que los dibujos de anatomía de Ruviere o Testud, Las imágenes moleculares del tomógrafo por emisión de positrones, que no solo nos muestra el tumor sino hasta nos informa de su agresividad.
Hoy se pone prótesis de todo, desde un lente que sustituye al cristalino, una cóclea que te devuelve la audición, hasta una prótesis total de cadera o de rodilla. Los trasplantes son tratamientos frecuentes, se trasplanta riñones, hígados, pulmones y corazón. Cuando sufres una quemadura o tienes un hueso dañado puedes pasar por un banco de piel o de huesos para adquirir lo que necesitas. Si se te obstruye una arteria no es estrictamente necesario una cirugía, te pueden hacer la refacción a través de un catéter. Algunos tumores ya son curables como los tumores de piel, los de testículo y los de mama cuando se les diagnostica a tiempo. Nos estamos acercando al día en que toda la gente se muera de tedio o de vejez.
La pandemia COVID-19
En el mes de diciembre de 2019, justo a los cien años de la pandemia de gripe española, se desató en Wuhan, China, una gripe rara, producida por un virus de la variedad SARS 2, al que se lo llamó COVID-19. Se le declaró epidemia el 30 de enero del 2020, y pandemia en marzo del mismo año. En diciembre del año 2020, al año de haberse iniciado la Pandemia del Covid-19, la Organización Mundial de la Salud (OMS), incluye en su lista de uso emergente a la vacuna Pfizer de BioN Tec. Es la primera vacuna validada por la OMS, luego será Moderna, Janssen de Johnson & Johnson, Astra Zeneca, y Novarax. Hoy son más de seis las vacunas que están siendo usadas en el mundo, que gracias a que todas ellas fueron fabricadas bajo estrictas normas de estandarización, siguiendo los pasos rigurosos en la experimentación en animales y humanos, son vacunas de administración segura. TRES MIL MILLONES DE PERSONAS HAN RECIBIDO VACUNAS EN EL MUNDO.
Las complicaciones reportadas de la vacunación han sido: 1.047 casos de Miocarditis-pericarditis, 100 casos de Guillen Barré, 38 casos de Trombosis.
Este número de complicaciones, frente a tres mil millones de vacunados no tiene ninguna significación. En épocas anteriores cuando no existía estrictas normas en la elaboración de los medicamentos y vacunas, sucedieron algunos accidentes de los cuales citaremos tres. En 1902 una de las vacunas contra la peste bubónica, se contaminó con Clostridium tetani y causó la muerte por tetania de 190 personas en la India. En 1939 sucedió otro accidente, en este caso con la vacuna BCG para la tuberculosis. en la ciudad de Lubbeck, Alemania murieron 75 lactantes luego de ser inyectados con una vacuna BCG, que contenía la cepa de la microbacteria tuberculosis. En 1955 se produjo poliomielitis en 169 niños que recibieron la vacuna SálK, en este caso los virus de la vacuna no estaban suficientemente inactivados.
Nuestro hospital
Vivíamos en Quito la década de los 70 del siglo pasado, una ciudad de 700.000 habitantes con media docena de hospitales públicos y otra media docena de clínicas particulares. En ese tiempo regresamos al Ecuador un grupo de médicos que nos habíamos especializado en prestigiosos hospitales del exterior, entre otros en EE.UU., México, Brasil, Argentina y Alemania.
Los médicos somos seres inconformes, siempre nos sentimos limitados, deseamos que la realidad se aproxime a nuestros ideales, siempre estamos propiciando cambios y, cuando estos se realizan, nuestra fantasía ya los ha superado. La semilla de la creación de nuestro hospital fue la inconformidad de los médicos con las estructuras hospitalarias existentes. Probablemente, al inicio fueron dos médicos inconformes que intercambiaron ideas en algún rincón de algún hospital, luego fueron cuatro, ocho, y así sucesivamente se fueron multiplicando, al comienzo alrededor de una idea, luego de un proyecto y al final en torno a un compromiso. Recuerdo cuando éramos quince médicos los comprometidos, liderados por Wellington Sandoval y Luis Burbano, cuando sesionábamos en la Sala de Juntas del Directorio del Banco del Pichincha, gentilmente cedida por don Gonzalo Mantilla Mata, padre de nuestro socio el Dr. Gonzalo Mantilla Cabeza de Vaca.
Las reuniones del grupo se hicieron más frecuentes, ya se había definido qué tipo de hospital queríamos tener, un hospital clase “A”, con una planta física técnicamente planificada, con laboratorios y quirófanos bien equipados, con un reglamento médico que garantice la calidad de atención, y sobre todo un hospital docente. En el año 1977 el grupo médico contactó con American Medical Internacional (AMI) para que realice un estudio de factibilidades. Para ese entonces el número de médicos comprometidos éramos cuarenta, cada médico puso una cuota de 15.000 sucres para dicho estudio. El 3 de marzo de 1978 se recibió el estudio de factibilidad denominado: “AMI Feasibility Study for a High Grade Private Hospital in Quito, Ecuador”. Según el estudio el costo del hospital sería de 6.911.655 dólares, valor muy difícil de captar solo con inversionistas ecuatorianos; felizmente, en marzo de 1979, AMI entra como accionista en nuestro proyecto. Para ese entonces los accionistas ecuatorianos se asociaron en una compañía anónima a la que llamaron Conjunto Clínico Nacional (CONCLINA), que fue la contraparte ecuatoriana de nuestros socios americanos AMI.
En julio del mismo año viene a Quito una delegación de Steward Design Group de Boston, contratada por AMI para el diseño y planificación del futuro hospital. El 29 de julio de 1981 se realiza la ceremonia de colocación de la primera piedra y se inicia la construcción del “Hospital Metropolitano”, nombre escogido por el Dr. Luis Burbano. Luego de cuatro años de construcción, el 14 de noviembre de 1985, se inauguró nuestro hospital, fecha memorable para todos nosotros: los médicos, los accionistas no médicos y el personal administrativo, que vimos nuestro sueño hecho realidad.
Acceso a la información
En mi infancia cuando quería leer un libro y no lo encontraba en la pequeña biblioteca de mi padre, podía acudir a tres bibliotecas: la biblioteca Nacional situada en la plaza de San Blas, la biblioteca Municipal situada en la planta alta del antiguo palacio municipal, o finalmente, la biblioteca del Instituto de Cultura Hispánica, biblioteca poco conocida, ubicada en la 10 de Agosto frente a la escalinata del Colegio 24 de Mayo. Seguramente había otras bibliotecas en colegios y conventos, pero no eran de acceso público.
Durante nuestra vida universitaria los libros de las materias de estudio teníamos que comprar los estudiantes. La biblioteca de la Universidad era más un museo de libros antiguos que una biblioteca científica. Los profesores universitarios y algunos médicos eran los propietarios de las revistas de especialidad. En el año 1944 se inaugura en Quito los Laboratorios Farmacéuticos LIFE, y se comienza a generar una biblioteca médica, pero con un enfoque mayor a química y farmacopea. Lo bueno de esta biblioteca es que tenían la suscripción del Index Medicus, en el cual podíamos conocer la lista de publicaciones médicas clasificadas por temas. Cuando yo de médico recién graduado, comencé un trabajo de investigación sobre absceso hepático amebiano, mi primer tropiezo fue encontrar información bibliográfica. Acudí a la biblioteca de LIFE, gasté muchas horas buscando los artículos que se habían publicado sobre mi tema durante los cinco últimos años, encontré 54 artículos. La secretaría de la biblioteca pidió los 54 a una biblioteca norteamericana, pero luego de un mes de espera llegaron solamente 18.
En la actualidad, si deseas información sobre un tema científico o cultural, abres tu computador y escoges el nombre de un motor de búsqueda que puede llamarse Google, Yahoo, Baidu u otro. El buscador a través de una red especializada World Wide Web (www) llega a una red llamada internet la que se conecta con los repositorios, que son archivos de material digitalizado de las editoras de libros, de revistas de las bibliotecas, y centros culturales. Y por la misma vía regresa la información. En pocos segundos podemos obtener un artículo científico, una receta de cocina, la música de una ópera o el video de un ballet.
Hoy la gran mayoría de los seres humanos vivimos en el centro de la más grande biblioteca y hemeroteca jamás creada. a la cual tenemos acceso no necesariamente desde una computadora, puede ser desde un teléfono celular. Me pregunto ¿estamos aprovechando todos los servicios de esta gran biblioteca? ¿No estaremos limitándonos a informarnos solamente con temas de nuestra profesión? Mi llamado a todos ustedes, especialmente a los jóvenes:
“No perdamos nunca la curiosidad, el deseo de aprender, hoy toda la información está a nuestro alcance”.
Dr. Juan Garcés Garcés
https://orcid.org/0000-0002-2874-981X
Servicio de Imagenología
Hospital Metropolitano
Quito-Ecuador