Reseñas Médicas

Humanización de la medicina

Humanization of medicine


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Publicado: 15-01-2024
DOI: 10.47464/MetroCiencia/vol32/1/2024/9-11

*Correspondencia: joeldoldan@gmail.com

La medicina tiene una particularidad: su objeto de estudio es el propio hombre, por lo que hablar de “humanización” de la misma parecería un contrasentido. Sin embargo, aunque resulte paradójico, el médico, con frecuencia, incurre en actitudes arrogantes y una vana ostentación de “superioridad”, que no condice con su noble función.

El gran sabio médico canadiense, Sir William Osler (1849-1919), afirmó que un buen profesional de la medicina debe reunir las cuatro “haches”:

Humanidad: con razón se afirma que la primera “droga” que recibe un paciente… es la personalidad del médico y que el primer “procedimiento” terapéutico es estrechar las manos del enfermo. Está comprobado que los mejores fármacos fracasan si no se establece la corriente de empatía bilateral que inicia una granítica relación con el enfermo. El médico y filósofo español Pedro Laín Entralgo afirmó: “En la relación Médico-Paciente se funda la medicina entera.”

Honestidad: el médico debe ser moralmente íntegro en el más amplio sentido de la palabra, desde la obligación de exponer de manera pormenorizada, a sus pacientes o a los padres o tutores de sus pacientes, el grado de severidad de su afección hasta la información más completa de eventuales riesgos de procedimientos diagnósticos y probables efectos adversos de las medidas terapéuticas, especialmente en aquellas más relevantes, en el manejo de la enfermedad. También debe transmitir la honradez en el manejo de su remuneración pecuniaria; sus honorarios médicos deben ser justos y acordes al servicio prestado.

Humildad: el médico, en su papel de “curador”, no siempre asume ese rol humano y, en ocasiones, aparece ante el enfermo y su entorno como un “semidiós” empotrado en el cenit de su ciencia, en la más elevada cumbre de su verticalista posición. Las cíclicas alternancias de luces y sombras, aciertos y errores, éxitos y fracasos, que todo médico tiene en su “historial”, le suministran un periódico baño de humildad que actúa como un verdadero antídoto contra la inexcusable soberbia.

Humor: para poder sobrellevar una práctica que es, al mismo tiempo y en partes iguales, gratificante y descorazonadora. En mi larga práctica médica he observado a infinidad de profesionales de la salud que han desarrollado un agudo sentido del humor, como si al observar tantos casos de congoja humana, se hipertrofiara, en la personalidad del facultativo de la salud, un mecanismo compensador que amortigua tanta aflicción.

El médico debe estar preparado para todo: ya lo dijo —entre muchas otras verdades— Esculapio, el dios de la medicina de la mitología griega, cuando le proporcionó una serie de consejos a su hijo, que quería ser médico:

“Tu vida transcurrirá a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y del alma”.

“Ya no tendrás horas que dedicar a la familia, la amistad o el estudio...ya no te pertenecerás”.

“Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana; todos tus sentidos serán maltratados”. “Cuando el enfermo sana es debido a su robustez; si muere, tú eres el que lo ha matado”.

“Piénsalo bien mientras estás a tiempo. Pero si ansías conocer al hombre, en lo trágico de su destino, entonces… ¡hazte médico, hijo mío!”.

Se puede saber mucho, alcanzar una suprema técnica y una caudalosa erudición y no ser un verdadero médico. Es tan importante la calidad de las relaciones humanas, que existen facultativos exitosos con escaso conocimiento médico y en la contraparte, fracaso de médicos dechados de sabiduría académica. El médico ideal imperiosamente debe combinar ambas cualidades.

Lamentablemente el avance incontenible de la ciencia ha repercutido en la calidad humana de la asistencia, en una suerte de relación inversa: a mayor desarrollo tecnológico, menor calidad en el vínculo médico-paciente. La pregunta de oro que debemos hacernos ante cada acto médico es: ¿cómo nos sentiríamos —nosotros mismos— en la misma situación en que se halla el sufriente enfermo y su entorno? ¿Y si estuviésemos en la otra orilla? ¿Y si camináramos esa misma vereda? En la respuesta a estas interrogantes está la clave de la humanización del médico.

Si comparamos a la práctica médica con una película cinematográfica, el protagonista principal a lo largo de siglos fue el médico, seguido secundariamente por el paciente, el “objeto” mismo de su ciencia, y a los lejos, en un papel accesorio —casi de “extras” —, los familiares y allegados del paciente. La tendencia actual es convertir esa posición vertical —el médico arriba y todos los demás abajo— en una actitud horizontal, es decir, que todos los protagonistas de la “película” se desempeñen en un mismo plano de importancia, e inclusive, considerar a los familiares de los pacientes como un nuevo componente del equipo médico, por lo que se le debería asignar un protagonismo que tradicionalmente no lo tenía.

Actualmente, se considera a los familiares “instrumentos” más que esenciales en el acto médico, por la importancia del apoyo emocional y contención, significativamente beneficiosos para el enfermo. Existe evidencia comprobada de que estos protocolos facilitan una fluida relación del enfermo y familiares con el plantel médico, que en definitiva más que una concesión del médico, se transforma en un elemento facilitador de la buena evolución del paciente.

Un anónimo, en el siglo XV, aseveró que la función del médico se resume en:
Curar a veces.
Mejorar a menudo.
Consolar siempre.
El consuelo no debe faltar jamás.

Cómo citar: Doldán Pérez O.I. Reseñas Médicas. MetroCiencia [Internet]. 15 de enero del 2024; 32(1):9-11. Disponible en:
https://doi.org/10.47464/MetroCiencia/vol32/1/2024/9-11

Oscar Ignacio Doldán Pérez
Pediatra - Intensivista
Sociedad Paraguaya de Pediatría
Asunción, Paraguay
https://orcid.org/0000-0003-4289-1078